Aquel verano en el pueblo
pareció despertarnos a todos, al unísono, el deseo y la pasión amorosa.
Las chicas, mucho más
maduras, se comportaban con bastante naturalidad, y seguramente lanzaban guiños a sus
pretendidos sin que nosotros los pilláramos.
Los chicos intentábamos
impresionarlas de la única manera que sabíamos, compitiendo continuamente como
machitos para ver quien corría más rápido a pie o en bici, trepaba mejor a los
arboles, lanzaba más lejos el pedrusco, ganaba los pulsos, etc. Pero por más
que te gustara una chica, si tus cualidades no daban de sí, poco podías hacer como
no fuera en la prueba de la alberca. Ahí sí que fue Juan el que demostró que
estaba enamorado como ninguno y lo que era capaz de hacer para impresionar a Julia.
Nos ganó a todos aguantando bajo el agua.
Me gusta pensar que, de
alguna manera, él llegó a enterarse de que fue ella la que le hizo un boca a
boca rozando la eternidad, y que tuvieron que despegársela de encima a la
fuerza.
Javier Palanca Corredor
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