Las cosas no siempre vienen bien dadas, y así mis padres
eran de los que no se podían permitir unas justas vacaciones, pero intentaban
que yo tuviera veranos que ellos alguna vez disfrutaron.
Por eso me llevaban a su pueblo, a casa del tío Julián, en
un Villar de Chinchilla de calores capitales que yo no temía lo más mínimo. Me esperaba
lo que para mí era la aventura anual, la libertad sin padres por más que los
quieras.
Nada más llegar miraba la higuera, hecho que solo percibía
mi abuelo que también moraba allí: Espérate un poco muchacho. Él ya sabía que levantarme
por la mañana y desayunarme higos maduros era como si el día comenzara con presagios
dulces. Una de las tantas cosas que me fue inculcando.
Ese año conocí a Eulalia, la que era mi nueva tía, la que
hizo que el hermano mayor de mi padre dejara de ser el soltero más añoso del
pueblo. No negaré que me impresionó su juventud y me vinieron multitud de
preguntas a la cabeza, pero no era mi asunto.
En esos tiempos ya me afeitaba un poco de pelusa y venía un
poco deseoso de amores entrelazados de la sexualidad más que incipiente.
Las ganas de ver a la pandilla eran tan arduas que en cuanto
se fueron mis progenitores pedí permiso para ir a buscarlos.
Allí todo era más permisivo porque los peligros y el
encorsetamiento de la ciudad se diluían, así que fue un sí con la única condición
de que llegara a la hora de la cena.
Estaban donde siempre, en la fuente de los dos caños.
Algarabía total por el reencuentro. Y aunque todos nos reconocíamos,
también veíamos nuestros cambios. Sobre todo en las muchachas, que habían
perdido su rostro infantil y desarrollado caderas y tetas desconocidas.
A ellos los abracé con fuerza de machotes, pero cuando lo
hice con ellas, la sangre se vino al lugar no esperado. Me separaba muy rápido porque
era tan instantáneo que me daba vergüenza que se percataran.
Fue la primera vez en que los chicos no íbamos a nuestras cosas
y ellas a las suyas. Era como una guerra para ver quien conquistaba a la que le
interesaba, inventando de nuevo la seducción más antigua.
Yo puse todo lo que
pude, pero no fue suficiente para la dirección deseada y tal vez tontamente
deseché las venideras, pero solo me erizaba ella.
Decidí que tenía que echarlo todo en las verbenas que se
avecinaban en Chinchilla. Aun sabiendo que Laura le hacía más ojitos a Julián que
a mí, no pensaba resignarme ni admitir que lo suyo fuera definitivo.
En la primera balada ya me sentí perdido al verlos bailar
sin que un misero papel de fumar pudiera pasar entre sus cuerpos.
Cuando la rabia y la tristeza se me apoderaban, sentí una
mano potente que me arrastraba y me dejé llevar.
Fue como si tanta euforia y alcohol lo hiciera todo
invisible y nadie nos viera. Así que llegamos tras el escenario y recorrimos
suficientes metros hasta la oscuridad.
Lo que pasó fue un antes y un después que quedaría para
siempre entre lo que es la vida y el vacío.
Cuando volvimos, ya estaban entusiasmados con La Conga. Ella
se hizo hueco y se cogió a la cintura de mi tío. Yo a la de ella como si mis
manos sudorosas no la hubieran soltado todavía.