lunes, 11 de mayo de 2020

El presente de un pasado



Lo llamo todos los días varias veces, no me resulta soportable imaginarlo encerrado en su habitación. Por lo menos tengo que estar contento de que pese a sus noventa años está más lúcido y coherente que yo. El móvil lo maneja como manejaba la azada en sus tiempos mozos.
Solo le quedo yo, sobrevivió a su único hijo y a mi madre aquella noche de una carretera helada.
Siempre pienso antes de teclear para contarle algo y no quedarme en un ¡Què tal! Hoy le he contado que he puesto comida para pájaros en la mesa de la terraza con la intención de que vengan y me alegren también mi encierro, pero que va mal, solo viene un gorrión que picotea en el suelo lo que la lluvia ha tirado, y estoy un poco perplejo.
Él siempre me comenta con mucha tranquilidad las cosas, nada parece ya sobrepasarle ni parecerle extraño o como para darle muchas vueltas. Estoy acostumbrado, pero hoy a mí me ha dejado sin palabras. Le ha dado por decirme que la poca visión de esos animalillos no es nada comparado con la que él tuvo conviviendo con mi abuela treinta años más de los que debía. Por un lado por el niño y por otro por esa incapacidad que algunos tenemos de darle una puñalada a quien en realidad queremos aunque ya no de la misma manera. Y que el tiempo pasa y ya no se recupera. Que aún piensa en la otra, Julia, como nunca dejó de hacerlo.
Cuando ha acabado, mi mudez le debe haber hecho pensar que se había dejado llevar y rápidamente a cambiado de tema aprovechando que le entraban la cena.
Me ha dicho que le toca comer con las manos, porque con todo este ajetreo del coronavirus le han perdido la cuchara de madera y no consigue que le traigan otra. Por descontado que no piensa pedir una de esas de plástico que le parecen un invento del diablo para hacernos perder la dignidad.
Sé perfectamente que jamás utilizará las metálicas, con ese sabor que siempre guarda en la memoria. Ese mismo de las tenazas con las que le arrancaron dientes y muelas.
Ya me dijo el otro día, que no le había dado placer haber sobrevivido también a Billy el Niño, que llevaba muchos años esperando otra cosa, desde aquella primera fase que nunca fue real del todo.



La profesión va por dentro

La profesión va por dentro Gabriel, el profe de música, siempre estaba dispuesto. Así nos librábamos los demás de ser Papá Noel una vez ...