Cuando los expulsó del Paraíso, por una menudencia, Adán
comenzó a caminar. Ella quedó callada y pensativa un rato hasta que fue
corriendo hacia él para que volviera y se enfrentaran al injusto veredicto,
pero él no tuvo valor.
Regresó sola y, tras quitarse la hoja de parra que cubría su
pubis, le espeto contundente: Aquí me tienes, desnuda y sin vergüenza. Mírame
bien y lanza tu rayo si lo consideras, pero mañana te arrepentirás y seguro que
vuelves a crearme. Y ya puestos, no lo hagas de la costilla de ese que va
colina abajo.
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