miércoles, 4 de abril de 2018

Primera fase concluida


Tardé treinta años en despertar del coma y muchos meses en recuperar una mente  lúcida y un cuerpo que respondiera a mis indicaciones.
Tenía quince años y ahora ya cuarenta y seis sin las experiencias preceptivas a ese tiempo, pero hay algo que me ha hecho especial, bueno, a mí y a otros que estaban como yo.
Se dio en llamar “día Z” cuando del cielo, sin que los detectores los hubieran visto venir, cayeron de repente unas bolas de fuego en lugares donde no provocaron ningún daño humano ni material, hecho que hizo pensar que todo estaba calculado. Y estas, una vez enfriadas, comenzaron a soltar como una especie de suave polvo que se extendió por todo el planeta.
Por más que se quiso estudiar el fenómeno, jamás se pudo entender como aquello había sido posible ni de dónde vinieron ni el porqué de su resultado.
En no más de una semana, toda la población mundial había perdido la capacidad de escribir y de leer, pero a cambio habían adquirido una memoria superlativa.
Se intentó que los Dormidos, como se nos dio en llamar, les enseñáramos de nuevo, pero fue absolutamente imposible.
Dada ya la evidencia y que la gente era capaz de crear mentalmente lo que podían haber sido libros de tantas páginas como hubieran podido escribir sin olvidar una sola palabra, se fueron abriendo cientos de canales de radio y televisión donde los autores las relataban mientras la audiencia los seguía con una sensación tan placentera como cuando los leían.
Poco a poco, los programas inútiles o dañinos fueron desapareciendo, porque aunque fuera por mera curiosidad todos acababan escuchando a algún creador y, como todo se les quedaba en la memoria, descubrieron otros mundos y otras inquietudes a las que no podían dejar de sumergirse, fuera para reprobar, conciliar, revivir o aprender.
Claro, los Dormidos no tenemos esa capacidad de retención, pero nos quedan los libros. Y aunque en las bibliotecas somos los únicos que pueden leer, hay un número importante de visitantes que simplemente acaricia y huele los ejemplares cambiando de uno a otro con el placer de saber lo que contienen.

La profesión va por dentro

La profesión va por dentro Gabriel, el profe de música, siempre estaba dispuesto. Así nos librábamos los demás de ser Papá Noel una vez ...