Tardé treinta años en despertar del coma y muchos meses en
recuperar una mente lúcida y un cuerpo
que respondiera a mis indicaciones.
Tenía quince años y ahora ya cuarenta y seis sin las
experiencias preceptivas a ese tiempo, pero hay algo que me ha hecho especial,
bueno, a mí y a otros que estaban como yo.
Se dio en llamar “día Z” cuando del cielo, sin que los
detectores los hubieran visto venir, cayeron de repente unas bolas de fuego en
lugares donde no provocaron ningún daño humano ni material, hecho que hizo
pensar que todo estaba calculado. Y estas, una vez enfriadas, comenzaron a
soltar como una especie de suave polvo que se extendió por todo el planeta.
Por más que se quiso estudiar el fenómeno, jamás se pudo
entender como aquello había sido posible ni de dónde vinieron ni el porqué de su
resultado.
En no más de una semana, toda la población mundial había
perdido la capacidad de escribir y de leer, pero a cambio habían adquirido una
memoria superlativa.
Se intentó que los Dormidos, como se nos dio en llamar, les
enseñáramos de nuevo, pero fue absolutamente imposible.
Dada ya la evidencia y que la gente era capaz de crear
mentalmente lo que podían haber sido libros de tantas páginas como hubieran
podido escribir sin olvidar una sola palabra, se fueron abriendo cientos de
canales de radio y televisión donde los autores las relataban mientras la
audiencia los seguía con una sensación tan placentera como cuando los leían.
Poco a poco, los programas inútiles o dañinos fueron
desapareciendo, porque aunque fuera por mera curiosidad todos acababan
escuchando a algún creador y, como todo se les quedaba en la memoria,
descubrieron otros mundos y otras inquietudes a las que no podían dejar de
sumergirse, fuera para reprobar, conciliar, revivir o aprender.
Claro, los Dormidos no tenemos esa capacidad de retención,
pero nos quedan los libros. Y aunque en las bibliotecas somos los únicos que
pueden leer, hay un número importante de visitantes que simplemente acaricia y
huele los ejemplares cambiando de uno a otro con el placer de saber lo que
contienen.