domingo, 12 de abril de 2020

De la misma escuela


Jamás había tenido que trabajar de una forma tan extenuante ni tan desgarradora, pero era su sitio y no pensaba darle espacio ni al miedo ni al cansancio.
Aunque el tiempo era escaso, para ella no había ninguna duda de que hablar y escuchar formaban parte de la terapia que ayuda a salir de momentos en los que la salud está rasgada. Además, le gustaba hacerlo aunque luego tuviera que ir más rápida en otras cosas.
A la mayoría, les hablaba ella mientras les tomaba la temperatura o les ponía un gotero o bien les tomaba la tensión o les ponía una vía, pero con la señora Manuela era distinto, con sus noventa años tenía tantas ganas de que alguien la atendiera en sus discursos que Julia no podía evitar darle todo el espacio que podía como receptora de sus historias .
Siempre eran cosas de tiempos pasados que ella revivía como si hubieran ocurrido ayer: “Cuando iba a parir a mi primer hijo y ya estaba la matrona en casa, está me dijo que todavía faltaba y que mejor siguiera acostada y descansara. Como le dije que estaba mejor sentada entonces se tumbó ella. Entre dolores la escuchaba roncar hasta que tuve que despertarla porque el niño estaba saliendo”.
La oía llamarla muy a menudo, pero ella solo podía acudir algún ratito, aunque era lo mejor que tenían sus turnos.
Un día tuvo que acudir María para decirle que a Julia la habían trasladado de planta.
–Pero, yo necesito que ella siga sabiendo de mí.
–Bueno, yo la veo en el comedor a diario, usted me cuenta y yo se lo transmito.
No era una verdad total, pero María se trasladaba, en algún rato libre, cuatro habitaciones más al fondo y le sacaba una sonrisa a su compañera con lo que la señora Manuela le había contado.
–Hoy me ha dicho que encontró un librillo escrito a mano de su padre lleno de adivinanzas, a pluma a recalcado, y que su preferida era “No soy de Dios ni del mundo ni del infierno profundo y en todas partes estoy”.
–Pero eso parece más algo filosófico –dijo Julia con la risa que su cuerpo le permitía.
–Pues eso me ha pasado a mí, y al ver mi cara no ha podido contenerse y en seguida me ha dicho que era la “A”.
–Es genial esa mujer, la adoro.
Un día, María tuvo que contarle a Julia relatos que su propia madre le había transmitido, como lo del lavadero donde se chismorreaba o lo de llevar en invierno todos los alumnos un tronco para la estufa del aula y cosas parecidas.
Sabía que nunca se lo iba a recriminar cuando sanara. Y la verdad, aunque dolorosa, la encontraría en un cuerpo más fuerte dispuesto a volver.

La profesión va por dentro

La profesión va por dentro Gabriel, el profe de música, siempre estaba dispuesto. Así nos librábamos los demás de ser Papá Noel una vez ...