En nochevieja bajo al parque con mis doce uvas. Silencio, no
hay nadie, hace mucho frio.
Cuando veo que mi reloj marca las doce me las voy comiendo
tranquilamente, ya me cuesta tragar rápido. Luego, me voy a casa, enciendo la
lamparilla, me acuesto arropado por dos mantas, me cambio las gafas y abro el
libro por donde lo había dejado.
Al día siguiente, vuelvo al mediodía al mismo banco y
continuo con mi lectura. La temperatura es mucho más agradable y los niños
llenan el ambiente con su algarabía. Así que, otra vez el año comienza mejor
que acabó.