domingo, 18 de octubre de 2020

Manchas

 

Cuando amas bajo la morera del Molino Viejo, con muchos de sus maduros frutos besando la tierra mientras escuchas la música de la verbena de la plaza y las estrellas titilan como en un aplauso dedicado, no estás en una experiencia nimia ni en un verano cualquiera.

Crujen las moras y crujen los cuerpos en brotes de un placer compartido un tanto nervioso e inconsciente, y parar es el último verbo posible cuando la locura prevalece y se apodera.

Luego, ya recuperado el aliento sosegado, solo queda esperar a que ella llegue a casa antes que mi tío para que este no descubra en su vestido lo que todo el pueblo intuye.

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