Si se hizo la luz de calor
brillante de cegar espigas
que de tan amarillas
enrojecieron
y si se hizo la oscuridad bochorno
de luna nueva y astros
que de tan azules
también viraron al rojo,
pudo ser por el tapiz
que en la sinagoga
abierta de paredes y techos,
ingrávida y alocada,
nos permitió los sudores
del uno contra el otro.
Empapando
no tanto almas alegres
como siendo hemorragia
de perdidas acumuladas
que el olvido momentáneo
decapitó
en las salvajes horas
que a veces tienen las jornadas
e incluso
un tiempo perecedero,
un cruce de caminos
que sin volver
vuelve
cada vez que el solsticio
eleva temperaturas y rayos
sobre un pubis y una melena
que de ser aún
serán nevados
sin tal vez recordar
unas manos ya surcadas
y una mirada que solo
con parpados caídos
admira hacia atrás
sin esfuerzo.
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