sábado, 7 de julio de 2018

Prórroga


No fue tan fácil como cuando lo hacíamos de críos, buscando siempre nuevos retos y aventuras, pero salté la tápia sin demasiadas dificultades y, amparado en la noche, me llevé lo que quería intentando no dejar un rastro macabro.
Dos días después, llevé de nuevo en la furgo a mis hijos y sobrinos al prado junto al río. Ese donde también jugábamos al fútbol sus padres y yo en una lejanía que parecía ayer.
Nos acompañaba mamá, viejita y paralizada de todo su hemicuerpo derecho.  
Primero les di a ellos la sorpresa del día, jugarían esa mañana con una pelota hecha de trapos como con las que jugaban los chavales que ya les había enseñado en fotos, de los viajes a África con mi ONG, para que entendieran de sus privilegios. Hubo caras de todo tipo, pero ninguno se atrevió a rechistar. Tampoco les quedaba otra.
Luego coloqué a su abuela en una tumbona plegable y, mientras los veíamos jugar, aproveché para volver a contarle lo más repulsivo de mi vida, como tantos años atrás ya había hecho y que sabía ella creyó, porque era la que mejor le conocía. Comenzó a llorarle el ojo izquierdo y, como entonces, se giró y miró para otro lado.
Me daba pena, no sabía qué sentiría ella, pero no pude evitar decirle lo que en realidad había dentro de lo que estaban pateando sus nietos en cuanto sonaron los primeros gritos de gol.
Sé que la sonrisa es silenciosa, pero me pareció escuchársela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La profesión va por dentro

La profesión va por dentro Gabriel, el profe de música, siempre estaba dispuesto. Así nos librábamos los demás de ser Papá Noel una vez ...